Escrito por Luis Alfredo Villalba Ruiz
01 enero 2014 – visitas 1791
Llanto automático – si pareció tan sincero – luego por actitud posterior de no más allá de quince minutos, dio la sensación que fue solo “un golpe de sentimentalismo” capaz de empatar de manera instantánea con el sentir de la prima que abrazó. Si pues una reacción a una acción, no pensé que era muy valedera
, sin embargo tuvo ese instante de sinceridad tan propio del hombre, que puso en evidencia la capacidad para abrir el corazón, no importa por un instante, pero muy válida.
Fue el día que Emilia dejó el cuerpo prestado – habituado a lo consuetudinario de su crecer y desarrollarse – así y solo así de seguro pudo desandar lo andado y vadeó cada río chimbado olvidándose del último al tropezar con su alma gemela y guarecerse en su regazo.
Cuanto camino recorrido, en casi nueve décadas, para remontarlo en un instante para los terrenales, pero una eternidad para un alma recién liberada. Si una eternidad y ya no está dispuesta a soltarla como cuando saltó Mollebaya por el amor que encendió su corazón y la hizo saltar de Santa Ana a Cuta Cuta de ahí a Sabandía, Paucarpata y Arequipa. Saltos tan ligeros que no la hizo caer en cuenta de las casi nueve décadas, sino solamente en la víspera de un nuevo onomástico.
Los frutos de su amor la acompañan entrañablemente, con el corazón acongojado, atesorando cada recorrido vivido – la defensa infatigable de la tierra que la vio nacer, la pasión de sus papilas gustativas por el conejo chactado, la afición por las peleas de toros, el punche de sus fuerzas y espíritu incapaz de rendirse para defender lo propio.
Contreras como ella sola, solícita a más no poder, hacendosa de espíritu; de seguro cada mañana al alba, el gallo madrugador, atesorará en lo más delicado de su corazón.