Presentación de Luis Alfredo Villalba Ruiz
29 mayo 2014 – visitas 2433
Una forma de traer a nuestros tiempos, aquellos de virginidad de la Amazonía, explorada y descubierta para el mundo, dispuesta, como toda naturaleza, a hacerse parte de la civilización,
civilización apurada por la ciencia y tecnología, para caminar por la producción masiva y dejar de lado la atracción de lo artesanal y exclusivo. Así se ofrece la Amazonía, un río frondoso, caudaloso, límpido, de especies botánicas, exóticas, en particular, incomprensible aún en los inicios del siglo XXI, manipulada por oportunistas y aprovechada por el poder del capital. Una invitación a la inmensidad aún desconocida y oculta a ojos aprovechadores, dispuesta para los aguzados, capaces de desplegar amabilidad exótica. Tanta como la de Richard Evans Schultes, dispuesto a enterrar doce años de vida en la selva, allá por 1941 y prolongarla a través de adeptos y discípulos amantes del conocimiento, de a pie, Tim Plowman y Wade Davis, convencidos desde siempre en 1974 siguieron la huella, este sirvió para reconstruir el primero y recrearlo en tan apasionante libro.
Quizás lo más meritorio, dicen Irene y Segio Clavijo, de El río es la versatilidad de su escrito: es científico y riguroso en la clasificación etnobotánica, pero al mismo tiempo se lee como una de esas apasionantes aventuras ecológicas tan en boga, tipo Eco-Challenge. La versatilidad también trasciende el contenido, pues Nicolás Suescún, en su traducción al español, ha logrado darle ese toque vivencial que creíamos reservado tan sólo al traductor de García Márquez (Gregory Rabassa). Davis logra integrar varios temas antropológicos y socio económicos alrededor de un gran hilo conductor: los componentes químicos, los efectos culturales y la dinámica evolutiva de las plantas alucinógenas.
O como se dice en http://dandax.wordpress.com/2010/08/25/el-rio-wade-davis/
Estos días que me toca hacer vida tranquila (/aburrida) de convaleciente he estado leyendo un libro extraordinario que ha conseguido llevarme de viaje por la selva cada vez que me sentaba y lo volvía a abrir. El libro se llama “El río” (“One river” en inglés) y su autor es Wade Davis, un biólogo y antropólogo canadiense que fue alumno de Richard Evans Schultes en Harvard y que compartió con él la pasión por los viajes hacia el sur.
Pero claro, la obra de Davis descansa sobre los hombros de un gigante: el gran etno botánico y su venerado mentor, el profesor Richard Evans Schultes (1925-2001), eminencia mundial en plantas alucinógenas, cuya clasificación de especies se compara hoy con la gran tarea que propuso en su época Alexander von Humboldt (1769-1859). Para los amantes de las culturas y la naturaleza,
Las dos historias se entremezclan todo el rato, e incluso luego se añade una tercera, la de Richard Spruce, el héroe de Schultes que le precedió por la zona un siglo antes, e igual que se mezclan las historias y los tiempos también se mezclan los registros y el libro, que mantiene durante todo el rato los recursos, el ritmo y la calidad literaria de una buena novela, es asimismo un libro de viajes, un mini tratado de botánica, un cuaderno de datos sobre las diferentes tribus que han vivido y viven en la región, una historia del pasado y del presente, y un catálogo de las diferentes plantas alucinógenas que fueron descubriendo estos botánicos aventureros. Y es también un testimonio emocionante de la amistad entre todos ellos.
El río, creo, es tanto un río físico, el Amazonas, como un río metafórico y la historia más fascinante es la de Richard Evans Schultes. Schultes estudió en Harvard con Oakes Ames (otro tipo curioso) y en 1936 se fue a Oklahoma junto con Weston La Barre para estudiar el peyote después de haber leido un libro sobre la mescalina. Allí compartieron ceremonias con los kiowa, y hay una foto curiosa después de una de estas sesiones, con Schultes impecablemente peinado y con corbata. Tenía 21 años
Mientras investigaba en Washington sobre el peyote para su tesis de licenciatura, encontró una carta que le puso sobre la pista de la posible identificación del teonanacatl, el hongo que mencionaban los españoles en las crónicas de la conquista y al que los aztecas llamaban “la carne de los dioses”. De nuevo con el apoyo de Oakes Ames, Schultes se fue a Oaxaca en el verano de 1938 y, tras un viaje muy pintoresco lleno de curiosos personajes, encontró los hongos, a los que Hofman (el mismo que descubrió el LSD) consiguió extraer en 1958 el principio activo, que llamó psilocibina.
Mientras tanto Robert Graves, desde Mallorca, envió en 1952 a Gordon Wasson, banquero e investigador, junto a su esposa, del papel de los hongos en las diferentes culturas, una carta en donde mencionaba el artículo de Schultes sobre los hongos de los aztecas. Wasson pidió el artículo a Schultes, se conocieron y en el verano de 1953 los Wasson viajaron a Oaxaca en busca de los hongos. No hubo suerte la primera vez, pero Wasson volvió los dos veranos siguientes, y el 29 de junio de 1955 una curandera que se llamaba Maria Sabina lo invitó a una sesión. El artículo que Wasson publicó sobre su experiencia en mayo de 1957 en la revista Life supuso una inesperada publicidad para los hongos alucinógenos, provocó todo el “fenómeno” Maria Sabina y fue el pistoletazo de salida de toda la cultura psicodélica de los 60. Uno de sus lectores fue Timothy Leary, entonces también profesor en Harvard.
Schultes por su parte, después de dos viajes a Oaxaca (en el segundo identificó el ololiuqui, otro de los alucinógenos de los aztecas), regresó a Harvard en 1939, y dos años más tarde aceptó una beca Guggenheim para estudiar los venenos de los flechas del noroeste amazónica. En otoño de 1941 llegó a Colombia, pero la siguiente escena en el libro es una conversación entre Tim Plowman y Wade Davis en la habitación de un hotel de San Agustín:
-”¿Qué te dijo Schultes antes de que vinieras? – me preguntó Tim.
-¿Qué quieres decir?
-¿Te dio consejos?
-Me dijo que no me molestara en conseguir unas botas gruesas porque todas las culebras pican en el cuello, y me contó que en doce años no se le habían perdido ni una vez las gafas.
-¿Algo más?
-Que no debía volver de Colombia sin haber probado la ayahuasca”.
Y allí Tim le saca a Wade el libro “Las cartas del yagué” de Burroughs, y le explica que el doctor Schindler que aparece en el libro, con el cual Burroughs hace parte del viaje y a través del cual consiguió su primera experiencia con la ayahuasca, era en realidad Richard Evans Schultes. Vaya, vaya. Según explica Davis, cuando Schultes encontró a Burroughs ya había tomado ayahuasca veinte veces o más.
Bueno, paro ya porque si no voy a explicar todo el libro, pero quería contar todo esto para comentar dos cosas. Una es simplemente el itinerario de Schultes: de Oklahoma a Oaxaca y de Oaxaca a Colombia, la botánica incluye plantas alucinógenas utilizadas por las culturas indígenas. Otra es el papel de Schultes, que no conocía, en la historia tanto de Wasson como de Burroughs. Schultes había estado antes allí, y es realmente el patriarca de varias generaciones de botánicos aventureros, a las que perteneces Tim y Wade, que no solo estudian y clasifican las plantas, sino que comparten su uso tradicional.
Pero sin duda la historia más emotiva es la de Tim Plowman, que murío en 1989 de sida y al que está dedicado el libro. La amistad de Schultes con Tim y de Tim con Wade aparece como una cadena que la muerte de Tim rompe, y que Wade intenta rehacer escribiendo el libro. Las últimas líneas son realmente emocionantes, y el título es “Un río” y no “El río”.