Escrito por Luis Alfredo Villalba Ruiz
19 abril 2019 – visitas 1992
Rasgarse las vestiduras ante un hecho consumado es propio de quien no encuentra razones sino justificaciones frente a un acontecimiento.
Esa fue la razón de porque la sociedad eligió utilizar la racionalidad del conocimiento para encontrar las explicaciones a sucesos antes utilizados como justificaciones para proceder al amparo de creencias y dogmas causantes de atrocidades humanas como la quema de mujeres por brujería o la muerte dictada por tiranos, déspotas o la santa inquisición para desaparecer a personas discrepantes. La expresión más atroz estaremos de acuerdo son los procederes terroristas envolviendo al mundo y justificando procederes dizque de defensa del orden pre establecido.
Esas actitudes intolerantes tienen cabida en la irreflexión y apartamiento de la razón. En toda persona agobiada, desbordada por el dolor, imposibilitada temporalmente para encontrar razones. No es sin embargo propia de quien se autodenomina democrático.
El reciente acontecimiento de fallecimiento de un expresidente deja traslucir una vez más las improntas de algunos de los líderes de la política hábiles para construir fidelidades al amparo de la intolerancia. Los antis se enseñorean entonces pavoneándose en las propias narices y caminando de un lado al otro.
Es por cierto manifestación muy propia. Pero que debiera entonces mantenerse en ese círculo privado y reservar para el ámbito público los esfuerzos de una vida representativa de quienes deciden exponerse al escrutinio como al escarnio público con conocimiento de causa.
Somos testigos y ha reventado en la cara, en las cercanías del bicentenario de la proclamación de la independencia, la puesta en evidencia de como se ha gestionado y festinado con las ventajas de la cercanía con el poder y administraciones de turno para sacar ventaja en propio favor de los intereses particulares. El modo de operar para beneficiarse nos ha saltado a la cara al quedar en evidencia como al menos en los últimas seis décadas esto ha acontecido y pareció y aceptó como normal ante la imposibilidad de contar con la prueba del hecho.
Ha quedado en evidencia la responsabilidad administrativa y ahora política de las cabezas más no así de todas sus ramificaciones dispuestas a continuar con sus procederes porque es la forma conocida para gestionar y administrar el poder que tienen entre manos.
No se justifican las arengas para preservar el sistema. Porque cuando el mismo está putrefacto y en descomposición ni la ideología ni el credo lo justifican. Es tiempo de cambiar el rumbo porque de lo contrario los discursos de sostenibilidad y toda aquella otra declaración altruista y lleno de buenas intenciones serán de utilidad para dejar un legado de buenas intenciones y miedos entre las piernas incompatibles.
La responsabilidad con el futuro obliga a asumir con hidalguía y la frente en alto los errores y horrores cometidos a sabiendas o no. El sistema no se hizo solo ni es abstracto. Lo hicimos los hombres y en su estructura está lleno de hombres. Es nuestro engendro y los activos y pasivos son nuestros. Descubrirlos de sopetón ha puesto en bandeja, sin excepción, a quienes tuvieron la máxima representación del país. Ostentar ese nivel de representación exige de ellos afrontar de la misma manera, es decir, a la misma altura de la responsabilidad y representación ejercida ante lo puesto en evidencia.